sábado, 23 de enero de 2021

Pedro, mi profesor de Historia

#MiMejorMaestro  

El desconcierto reinaba en el aula apenas un minuto después de haber salido la profe Teresa, “La Pelos”. Nadie hubiera dicho durante la clase de Lengua que ella impartía, que ese grupo de chicos y chicas tan aparentemente modositos y atentos a las explicaciones, podría convertirse, en tan poco tiempo, en una manada de fieras vociferantes y con un alto grado de descontrol. Pero el colegio era así, un lugar increíble donde aprendías, te divertías y crecías, pero también una pequeña jungla en donde cada uno representaba su papel, y en donde los más fuertes mantenían su fama a costa de lo los más débiles. Y a Nico en esta vida, hasta ese momento, le había tocado ser de los débiles. Por eso, en esos momentos de caos y confusión que eran los cambios de clase, Nico trataba de pasar desapercibido haciéndose pequeño, casi invisible, escurriéndose en la silla y sin moverse de su pupitre. Pero ese día no le había salido bien su estrategia, y estaba siendo la diana favorita del concurso de bolazos de papel mojado con el que Vargas, el repetidor, y sus amigos pasaban el rato hasta que el siguiente profesor entrara en clase. La angustia de Nico se veía acrecentada ese día porque además, en ese primer año en que en su clase había chicas, su amor platónico Laura, contemplaba la escena con una expresión apenada, quizás sorprendida de que Nico no se defendiera.

El volumen del vocerío se redujo de forma drástica cuando Pedro, el profesor de Historia, entró por la puerta. Nico agradeció inmensamente en su interior la autoridad que imponía Pedro. Este, a pesar de su andar defectuoso que hubiera dado lugar a un mote evidente, era uno de los pocos profesores que se había ganado el respeto general de los alumnos de 1º de BUP ese año, y, por tanto, había esquivado hasta ese momento el ser merecedor de un sobrenombre. Pero para Nico, y posiblemente para muchos de ellos, Pedro no era solo un profesor de Historia. Pedro les trataba como adultos, y les enseñaba la historia como si él hubiera estado allí en épocas tan diferentes como el Paleolítico, la Grecia Clásica, la Roma de los emperadores, la Florencia de los Medici, la Castilla y Aragón de los Reyes Católicos, la Europa de Carlos I, la América de Cristóbal Colón, la Francia de la Revolución Francesa, la Rusia de los zares o la Europa de las guerras mundiales.  

Pero, sobre todo, para Nico lo mejor de Pedro era que se sabía su nombre. Ningún profesor desde que tenía memoria le llamaba por su nombre, por lo que se había acostumbrado a que le llamaran González. Pero el profesor de Historia, Pedro, le llamaba por su nombre: Nico. Y esto, a él le hacía sentir importante. Por eso aquel día, cuando se oyó en mitad del silencio que se había logrado de forma casi inverosímil en aquella aula: “Nico, ¡enhorabuena!, tu trabajo sobre el Cantón de Cartagena, ¡ha sido magnífico!”, a Nico se le olvidó de forma instantánea el recuerdo de los malos momentos vividos en el último cambio de clase. Incluso le pareció ver de reojo que a Laura se le formaba una sonrisa que la hacía aún más bella.

RAFA JOTA