#UNANAVIDADDIFERENTE
A María no
le gustaba la Navidad. Bueno, en realidad lo que no le gustaba era todo lo que
se suponía que había que hacer y sentir en Navidad. Porque, en el fondo,
aquello de que había nacido un Niño en un portal y que ese Niño era Dios, eso
sí le gustaba. Porque ella era de pueblo, y de pequeña tenía que dar de comer y
abrevar a las vacas de su padre. Y se imaginaba que el portal de Belén, debía
haber sido muy parecido al pajar que ellos tenían junto a su casa. Sus padres
muchas veces habían acogido a gente que pasaba por ahí, y al igual que a la
familia de Nazaret, les habían ofrecido el pajar para pasar la noche.
Por eso María,
cada uno de diciembre, sacaba de un cajón de la cómoda un pequeño belén que
había comprado hacía muchos años en el mercadillo de su barrio, y lo ponía
encima de la mesa camilla de la sala de estar de su casa.
Pero ésa
era la única señal en casa de María de que era Navidad. Además, esto de la pandemia
le había venido fenomenal, porque así no tenía que andar dando explicaciones a
las vecinas de su edificio de por qué salía tan poco. No le gustaba salir sin
su marido, y su Pepe, ya hacía diez años que la estaba esperando, en donde fuera
que estuviesen los mecánicos jubilados cuando se morían.
Desde entonces
se había quedado muy sola en su piso de la ciudad, y en realidad, se había
quedado muy sola en el mundo. Claro que le hubiera gustado tener chiquillos,
pero algo debía funcionar mal porque nunca pudieron tener un hijo. Por eso,
tampoco le gustaban los niños de los demás.
Y de esta forma
María trataba de pasar la Navidad de este año, que todos decían que iba a ser
diferente, aunque para ella iba a ser igual que todas las anterores. En el
fondo se alegraba un poco de que el resto de mundo tuviera que pasar una
Navidad parecida a la que ella pasaba siempre: sin excesos, sin alegría, sin
reuniones familiares, …. “Para que se enteren” pensaba para sí.
Para acabar
de fastidiarla, este año se habían mudado al piso de enfrente, en su mismo
rellano, una pareja con dos niños pequeños, que habían transformado un piso tan
viejo y feo como el suyo, en un espectacular apartamento con todo nuevo:
suelos, cocina, paredes, muebles, … Por lo poco que María había podido entrever
cuando coincidían en el rellano y abrían la puerta, era algo precioso. Le habían
invitado a pasar un par de veces, pero la orgullosa María no estaba dispuesta a
reconocer que ese piso era mejor que el suyo. “Pobre, pero digna” pensaba ella.
Y además por
lo que se veía, les encantaba la Navidad, porque tenían la puerta decorada con estrellas,
guirnaldas y ¡hasta habían puesto un reno lleno de lucecitas en el rellano! Y esos
niños, todo el día corriendo y chillando. “Qué mal educados los tienen. Si mi
Pepe y yo hubiéramos tenido hijos, ¡a esos sí les hubiéramos educado nosotros
bien!”
Eran ya la
seis de la tarde del día de Nochebuena, y María se sentó en la salita, junto al
teléfono, con la esperanza de que alguna de sus amigas del pueblo o alguna de
sus primas que todavía le quedaban, se acordaran de ella aquella noche. Pero fue
en vano. Oyó que le había llegado un mensaje al teléfono y lo cogió rápidamente.
Su rostro cambió cuando comprobó que era su compañía de teléfonos que le deseaba
feliz navidad.
Se quiso
convencer de que era una noche como cualquier otra, y decidió apagar la tele, ponerse
el pijama y la bata y tomar cualquier cosa de la nevera para cenar. Se disponía
a entrar en su dormitorio cuando sonó el timbre de la casa. “Seguro que la
familia feliz se ha olvidado algo y me lo quieren pedir. Mucho piso y poca
cabeza” rumió entre dientes.
Abrió la
puerta.
-
Señora María,
dicen mi papá y mi mamá que si quiere cenar con nosotros esta noche
María no sabía qué decir.
-
Es que como este
año nos han dicho que solo podemos ser seis, y mis abuelos tienen miedo de
contagiarse, pues van a quedarse en su casa. Y no queremos cenar solos… ¿vendrás?